Una persona es un ente formado por cientos, miles de conexiones que unen nuestro cerebro mediante puentes y circuitos cerrados. Un ser humano siente por los lazos que lo unen a su gente.
Uno se pregunta qué sucede con los lazos que una vez tuvimos con una persona que deja la primera línea de tu vida. Es difícil imaginar que simplemente desaparecen, que acuerdan un final mutuo y separación pactada, no concuerda con las emociones que nos vapulean cada vez que se encuentran en nuestro camino. Quizá sean las conexiones dormidas, los sentimientos que hibernan quién sabe si hasta el final de nuestra vida, o despertarán en algún momento en nuestro interior. Es algo que solo el destino y el camino pueden enseñarnos. Al menos, mi corazón nunca tuvo el valor de practicar la incisión.
Por otro lado queda la ternura, el mutuo cariño y refuerzo de los vínculos que se embellecen con el paso de los años. Las verdaderas amistades, el amor de una familia y los amores de toda una vida. Son las personas que permanecen, esos pequeños milagros que te hacen sentir vivo, a salvo de la cruel e inhóspita soledad en la que todos vivimos. Morimos solos, porque lo que mueren son nuestros lazos con los vivos, pero vivimos juntos para que todo tenga un sentido.
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