Todos recorremos algún día en nuestra vida el camino para conocernos a nosotros mismos. No importa lo largo, tortuoso o costoso que sea. Al fin y al cabo todos deseamos llegar a la meta, saber qué queremos y qué nos llena, nuestra búsqueda de la felicidad eterna.
Sin embargo poco se recuerda del proceso que te lleva a conseguir unos pseudoideales de vida, unas veces tópicos, otras veces copiados y por último, los impuestos.
Pocos son los que se preguntan si la persona que empezó a conocerse y hacerse preguntas es la misma que lo acaba, si aquello que una vez te llenaba, es todo cuanto vas a necesitar para siempre. A veces parece que has terminado la senda de conocimiento sobre tus deseos y dejas de inquirirte y decirte a ti mismo. ¿Acaso soy feliz ahora con lo que necesitaba y quería hace tres años?
Y es que acabamos por darnos cuenta de que quizá hayamos cambiado, que aquellos que terminan el camino son diferentes a quien lo empezó. Sus ideales, sus preferencias y sus creencias ya no son las mismas, ni siquiera tienen la misma importancia que entonces. Las nuevas preguntas que recorren tu mente no son más que acerca de aquellas piedras que quedaron en el camino, aquellas que aparecen en tus sueños más lúcidos y sobre todo, aquellas que dejas y te han cambiado para siempre.
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