Es inútil persistir en buscar un sentido a la existencia, a la idiotez humana, al mundo degradado que habitamos. Es tan fácil resignarse a vivir la vida que nos toca, trazada a mano alzada en un pergamino. Un destino dictado y sentenciado por la sociedad, un camino lleno de piedras que arrastramos con esperanza de deshacernos de ellas en la última parada.
Me resigno a creer que todo a lo que aspira la humanidad es a esperar
que todo lo que la cumbre de nuestra inteligencia alcanza
es la esperanza de una vida posterior mucho mejor.
Cuando veas en tu hijo una mirada perdida y te diga que no comprende la vida
con ojos repletos de sufrimiento de saber la muerte inevitable, dile
no te preocupes, espera.
Un hijo tan sólo es un pedazo de carne de una existencia terrenal
nacido de tu cuerpo con sangre y dolor,
será realmente parte de ti en un mundo espiritual,
lo mejor está por llegar.
Si es condenado y privado de libertad por robar un mendrugo de pan
qué importan los años de prisión si nos espera una eternidad,
no te preocupes, espera.
Todo cuanto somos, todo cuanto vivimos desde que nacemos, no es más que hambre y necesidad de comer para vivir en este mundo. Necesitamos agua para existir, para aplacar la sed que nos hace sentir que estamos vivos. No hay nada más real en el mundo que el dolor que precede al amor de una madre por su hijo. ¿Por qué seguimos consintiendo un destino gris?
Tú, escoria resignada
cuando te abofeteen tan fuerte en la vida
que hasta tu dignidad sea pisada
no te preocupes, espera.
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