Quiero creer que todavía queda esperanza, que es posible que la humanidad, tus personas importantes y uno mismo, se salvarán de la quema.
Me invade la desesperanza cuando a cada latido, el corazón ralentiza su cadencia y vitalidad, se marchita y apaga el brillo de ilusión de unos ojos cansados y los últimos estertores de honestidad son sometidos al hierro ardiente de la hipocresía.
Elegir sentir la vida a medias, conformarte, dejar de esforzarte por mejorar tu situación, tu felicidad y la de las personas que te rodean, tiene como única traducción la lágrima silenciosa que precederá cada sonrisa vacía que luzca tu rostro durante el día.
Quiero creer que si una gota de aceite es capaz de contaminar mil gotas de agua de mar, las acciones de una sola tengan su efecto mariposa y cambien la tediosa realidad que gobierna cada uno de los amaneceres en los que volvemos a nacer y recuperar la conciencia, el resurgir de lo más preciado de cada uno de nosotros que se desvanece en las horas más oscuras de la noche.
Espero que los entretenimientos y luces coloreadas de la vida no distorsionen tu visión del mundo, que la frenética actividad y los cambiantes fuegos fatuos no confundan tus principios, sueños e ideas que han dado forma a tu identidad y definen quién eres.
¿Merece la pena la convicción y el esfuerzo de que todo debería acabar con la sensación de satisfacción de haber cumplido un sueño? De que debe terminar con el sentimiento de saberte un ser completo.
Quiero creer, que tarde o temprano todas las flores miran hacia el Sol.
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